
Hoy en día hablamos de manera continua en términos de educación, de progreso científico y de mejoras de distinta naturaleza, pero ¿realmente existe dicho progreso? Con la ayuda de pensadores españoles y francófonos, este texto propone una reflexión sobre el concepto de la estupidez y la influencia del fenómeno en diferentes campos. Para comenzar, acudo al pensador francés Jean-Michel Couvreur que introduce una primera distinción a tener en cuenta cuando propone hablar de «ininteligencia» a propósito del niño pequeño que todavía no ha madurado lo suficiente como para lograr poseer inteligencia. De igual forma, se debe también distinguir la estupidez de la simple ignorancia cuando ésta radica en la mera falta de información sobre alguna cuestión que una persona tampoco pretende o debe conocer. La verdadera estupidez se caracteriza por la ausencia de un conocimiento que se debería poseer o, aún más, que se pretende conocer y, además, no existe en el sujeto una preocupación por cubrir esta carencia. Para Couvreur, en definitiva, la estupidez consiste en una inmovilidad intelectual que corresponde a un suicidio intelectual.
En opinión de Jacques Barzun, historiador de la cultura y decano en la Universidad de Columbia, la inteligencia es individual pero el intelecto es colectivo porque necesita una tradición, una educación, una red de bibliotecas y revistas y unas instituciones como las universidades. Barzun ha observado la presencia de un profundo «antiintelectualismo» en los países occidentales durante el siglo XX. Cree que lo que atrae a las masas es el arte y no la ciencia. La idea de que tiene poca importancia el sentido de una obra o de una expresión se ha extendido cada vez a más áreas. Los jóvenes no reciben una educación intelectual adecuada porque no se les obliga a trabajar sobre materiales intelectuales. Incluso entre los que se consideran intelectuales reina la confusión. Piensan en sí mismos como intelectuales pero quieren vivir como artistas, dice Barzun.
El historiador francés afincado en Nueva York afirma que los jóvenes están más influidos por los medios de comunicación que por la escuela y que, como todo lo que ocurre en los medios se debe poder entender enseguida, no dan ninguna importancia a la irrelevancia propia de la mayoría de los contenidos difundidos. Los jóvenes no descubren el valor de los conocimientos y, de esta manera, la educación llamada democrática lleva a una actitud escéptica, negativa, reacia al esfuerzo. El lema de algunos alumnos frente el profesor parece ser: «¡Enséñame si puedes!». Frente a esto, un país que quiera tener ciudadanos inteligentes deberá cuidar de sus instituciones intelectuales y en primer lugar de su escuela.
El filósofo francés Adam realizó hace varias décadas un estudio sobre «la estupidez» en el que enumera algunas características del sujeto —el estúpido— que se caracteriza por ostentar dicha «virtud»:
No se interesa por el conocimiento.
No acepta el esfuerzo.
No toma en cuenta la realidad.
Sus limitaciones no le molestan sino que es feliz en su estado.
En lo epistemológico, el estúpido da importancia a lo que no la tiene, a lo fútil, lo evanescente. Explica fenómenos banales que no necesitan explicación. No aprende cosas nuevas sino que se repite. En una discusión, no se apoya en argumentos. Le gusta lo superficial y no echa de menos otras dimensiones del pensamiento.
En lo social, el estúpido usa las palabras sin poner atención en su sentido. Se niega a prestar atención a las razones expuestas por los otros. No toma en cuenta la realidad. Convierte en víctimas a las personas sensatas, expuestas a su torrente de palabras. Adam no duda en calificar la estupidez como una agresión contra la sociedad. El estúpido llega a ejercer un «terrorismo intelectual» sobre su entorno porque, en la conversación, impone lo irrelevante, salta entre temas y continuamente se autoelogia.
El ser inteligente, por el contrario, muestra una disponibilidad hacia lo real. Adam subraya que reconocer las limitaciones propias en cuanto a los conocimientos es estar ya en camino de aprender. De igual modo, reconocer un error moral es el acto de un ser moralmente superior. El uso de la razón y de la moral es lo que posibilita un verdadero encuentro entre las mentes.
LA ESTUPIDEZ ESCOLAR
El pensador suizo Romain constata que los jóvenes de hoy no valoran los conocimientos culturales y no están dispuestos a sacrificarse para transformarse en personas cultas. Lo que «se estila» es vivir en el instante, una actitud característica de los niños y los incultos. El que vive en el instante busca lo fácil, lo rápido, lo superficial, lo que no supone esfuerzos. Busca atajos.
Romain destaca que el gran «valor» de nuestros días es el «jeunisme », algo así como el jovenismo, es decir, elogiar diferentes conductas y pensamientos sólo porque caracterizan a la gente joven. En la práctica, el jovenismo no está muy alejado del hedonismo, porque la cultura joven de nuestros días da mucha importancia al placer inmediato. Para Romain, el jovenismo tiene mucho en común con el voluntarismo, la idea de que si yo quiero que algo sea de cierto modo, la realidad se amoldará a mis deseos.
El pensador suizo se interesa por los cambios en la educación y nota que la escuela actual propone materiales «premascados», instantáneos, con lo cual fomenta las actitudes que él critica. En vez de avanzar en civilización estamos volviendo hacia atrás y cada vez somos más tercermundistas. Enumera cinco características de la educación de hoy:
Pereza. Los alumnos ya no tienen que hacer tareas y rendir exámenes para poder seguir dentro del sistema educativo.
Angelismo. Se supone que todos los alumnos son buenos, quieren estudiar, nunca destrozarían nada y todos dicen siempre la verdad.
Victimización. Cualquier alumno puede considerarse víctima por una serie de causas. Muy pocos seres son tan afortunados que no puedan señalar ninguna circunstancia en su vida que pueda presentarse como problemática.
Igualitarismo. Todos son buenos, todos tienen la razón y todos son iguales. Cualquier distinción es socialmente inaceptable. Si la realidad no corresponde a este credo, se rechaza la realidad.
Relativismo. Todos los valores se consideran iguales, lo cual convierte en muy difícil para la escuela dar énfasis a los valores epistémicos.
LA ESTUPIDEZ UNIVERSITARIA
Un investigador sueco en el campo de la resistencia de los materiales, Östberg, subraya que la pereza es uno de los factores importantes para explicar la estupidez. Dice directamente que la pereza lleva a la estupidez. Enumera algunos efectos de la pereza en el campo epistemológico. El perezoso: Se niega a tomar en consideración hechos que no se conjuguen con la tradición del área.
Busca explicaciones sólo dentro del área que ya conoce. No toma en cuenta que la respuesta pudiera encontrarse fuera de la disciplina que el investigador está manejando.
Deja la búsqueda antes de llegar al final de la investigación.
Afirma arbitrariamente disponer ya del conocimiento en cuestión.
Por su parte, el escritor austriaco Grillparzer ha resumido las diferencias entre el estúpido, el mediocre y el inteligente. El estúpido cree que todos los casos son únicos; el mediocre sólo ve las reglas; el ser inteligente ve también las excepciones. Como se ve, el concepto de estupidez de Grillparzer es similar al de Adam y de Östberg. El estúpido es perezoso y no se toma la molestia de averiguar. No pone atención en la realidad. El mediocre sí toma en cuenta la realidad, pero se cansa pronto. Se distrae y, al poco tiempo, deja de intentar alcanzar su meta. Sólo el inteligente de verdad pone atención en la realidad y organiza mentalmente sus conocimientos, distinguiendo las reglas de las excepciones.
Östberg habla de modelos, metáforas y perspectivas como instrumentos de trabajo del intelecto. Los modelos suelen corresponder exactamente a la realidad y constituyen un «instrumento» normal de trabajo en las ciencias naturales. Las humanidades y las ciencias sociales utilizan más bien metáforas, imágenes que corresponden en parte a la realidad que se quiere captar. Con una metáfora hay que saber manejar la doble presencia de la similitud y de la diferencia.
Una idea fundamental en Östberg es que todas las profesiones incluyen la necesidad de saber evaluar los riesgos. No sólo son importantes los conocimientos en sí sino también la inserción de los conocimientos en el marco de la realidad con toda su complejidad. En otras palabras: es necesario ser inteligente para ser buen profesional. Echeverría describe, en el campo de la epistemología, lo que es contrario a la estupidez, mencionando la cohesión, la precisión, la generalidad, la verificabilidad, la racionalidad y la valoración. Está claro que la pereza no se conjuga con estos valores.
LA ESTUPIDEZ PSICOLÓGICA
El filósofo español José Antonio Marina denuncia la importancia que se otorga actualmente al ingenio, a la intuición, a la levedad y al hedonismo. El ingenio puede divertir pero cansa, subraya Marina, porque gira sobre sí mismo. No apunta a ninguna meta fuera de sí. El ingenio prefiere la improvisación y la asociación libre, lejos del ideal social de Condorcet que consistía en la búsqueda del consenso entre personas instruidas y racionales. Lo que con el lenguaje psicológico se llama una buena gestión de metas es lo que lleva a una sociedad funcional y a individuos felices. El niño que aprende la técnica de proponerse metas y cumplirlas adquiere posibilidades de convertir su vida en un éxito. Al revés, lo que caracteriza a los maladaptados es no poder planificar y no lograr guiarse por un plan.
La palabra compromiso está en vías de adquirir otro significado. El nuevo significado podría ser comprometido con la realidad en contraste con los que hacen caso omiso de la realidad, que «devalúan» lo real. Marina observa una relación entre el desprecio por la realidad y la idea de que todo es igual. Si todo es igual, todo carece también de importancia. ¿Por qué mantener precisamente la distinción entre lo real y lo no real? La equivalencia impide la elección, la jerarquización y el hablar de valores. En el campo epistémico, la equivalencia impide elegir entre lo importante y lo menos importante. Si todas las opiniones son respetables, no hay criterio epistemológico para distinguir entre ellas. En el campo moral, la equivalencia impide la ética, porque la ética es precisamente señalar que ciertos actos son mejores que otros.
En sus estudios Marina muestra varias paradojas:
a) Hay una tendencia a considerar libre sólo la acción espontánea. Si sólo el instinto se considera libre, no se puede conseguir nada con esa libertad, porque no se rige por la voluntad. Es una libertad sin sentido. El yo sería igual al instinto.
b) Si todo está libre, el individuo no puede estar libre de nada. La libertad misma queda devaluada y el individuo libre también.
c) La educación, el conocimiento y la reflexión corresponderían a la opresión y la deformación.
El reino del ingenio es el reino de la novedad y la originalidad, un criterio estético. Marina menciona que el éxito académico del crítico literario ruso Bajtin podría tener relación con estas nuevas tendencias. Con la carnavalización de la que habla Bajtin se asocian lo ingenioso, lo festivo, la libertad, la comunidad, la igualdad y la abundancia. Todo está libre, no se pide ningún esfuerzo y todo se puede elegir. Esto es lo que le gusta oír al hombre moderno.
Por su parte, el filósofo español José Luis González Quirós nos recuerda que la psicología clásica distingue entre la realidad, los conceptos sobre la realidad y el sujeto que piensa, pero que la ciberfilosofía da saltos atrevidos entre estas categorías. Es difícil distinguir la estupidez psicológica de la epistemológica. En la actualidad, se podría hablar de un solipsismo epistemológico y de un infantilismo psicológico, caracterizados por confundir la realidad con el deseo. La tendencia es llamar simplemente realidad a aquello que uno escoge. Otra confusión es la que se da «entre lo reciente y lo original, entre lo original y lo verdadero, entre lo verdadero y lo usual». Lo que hay es lo que se dice. Una tercera confusión podría estar relacionada con el relativismo cultural que ya no quiere distinguir un conocimiento científico de una opinión, «pretendiendo reaccionar frente a un excesivo etnocentrismo occidental se acaba colocando en el mismo plano la ciencia, la creencia, la opinión y los ritos».
LA ESTUPIDEZ FILOSÓFICA
González Quirós señala el riesgo que conlleva considerar como un progreso el desprecio de la realidad. Cuando desaparece la realidad del objeto, ya no hay que tomar en cuenta la relación entre objeto y palabra, el discurso queda libre para expresar cualquier cosa.
La «comunicación» lo es todo. Los medios de comunicación son la nueva realidad. El saber ya no es conocer la realidad sino que se confunde con lo que se dice, con la opinión, con la doxa. En vez de investigar si una manera de pensar corresponde a la realidad, se acepta si corresponde a algo que se dice. González Quirós considera que el constructivismo ya está instalado en el arte y en la política y está ganando cada vez más terreno en la ciencia y en la filosofía. Las pruebas ya no se buscan en la realidad sino en la repetición. En las sociedades mediáticas, repetición equivale a demostración.
El constructivismo niega la existencia de la realidad objetiva, lo cual es igual que afirmar que lo que hay es lo que una persona o una cultura reconoce o «construye». Corresponde a una arbitraria reducción de la información que tenemos de la realidad. Puede parecer muy abierto, muy personal o individual pero cerrarse a lo que no gusta es «la epistemología propia del totalitarismo». Significa cambiar la idea que solíamos tener del entendimiento. El entendimiento solía concebirse precisamente como la comprensión de la realidad. Ésa era la libertad de la que se disponía. Si ahora todo depende de la voluntad, el entendimiento queda supeditado a la dictadura de la voluntad. Las personas ya no se pueden relacionar a través de un entendimiento en común de la realidad. Esa manera de ver conduce a una confusión porque el saber ya no es saber cómo es la realidad sino conocer las expresiones que se utilizan. Se supone que la realidad se reduce simplemente a esto.
B I B L I O G R A F Í A
Adam, Michel. Essai sur la bêtise. París: La Table Ronde [1975], 2004.
Barzun, Jacques. The House of Intellect. Londres: Secker. Warburg, 1959.
Couvreur, Jean-Michel. La bêtise se soigne-t-elle? Nantes: Pleins Feux, 2004.
Echeverría, Javier. Ciencia y valores. Barcelona: Destino, 2002.
González Quirós, José Luis. El porvenir de la razón en la era digital. Madrid: Síntesis, 1998.
Marina, José Antonio. Aprender a vivir. Barcelona: Ariel, 2004. 3ª ed.
Elogio y refutación del ingenio. Barcelona: Anagrama, 1992.
El misterio de la voluntad perdida. Barcelona: Anagrama, 1997
Los sueños de la razón. Ensayo sobre la experiencia política. Barcelona: Anagrama, 2003.
Romain, Jean. Le temps de la déraison ou l´illusion contemporaine. Lausana: L’âge de l’homme, 2000.
Östberg, Gustaf. Att odla kunskapsträd. Estcolmo: Carlsson, 1998.
Att veta vad man gör. Studier i riskhantering. Estocolmo: Carlsson, 1993.
Om tvekan inför kunskap. Estocolmo: Carlsson, 2002.
Underförstådd kunskap. Estocolmo: Carlsson, 1995.
Original de: www.nuevarevista.net por Inger Enkvist, doctora en letras.
Otros temas relacionados:
Conócete a ti mismo
Aprender
Otros artículos sobre la JUVENTUD
CD con 4 programas educativos: Nueva ortografía 3º P, Nueva ortografía 4º P, Técnicas de estudio y Cuatro operaciones.
Enviar a un amigo
15, noviembre, 2008 at 10:46 pm
Muy buen comentario dicho de modo general ,la estupidez es la dejadez de que ahí se va todo ya no tengo nada que hacer o dejar de hacer ,cuando en realidad todos tenemos queaceres y deberes que cumplir porque nada está terminado sino solo hemos empezado a hacer.
los jòvenes de nuestro tiempo tienen que comprender que solo haciendo y construyendo realidades seremos y viviremos mejor .
15, marzo, 2011 at 11:26 am
Sobre algunos modos emotivoconductuales
de comprender la estupidez y de ser felices,
según la psicóloga Paz Torrabadella
Por José Miguel Pueyo, psicoanalista
Con la que está cayendo quién se atrevería a decir que «coleccionamos excusas para sentirnos infelices». Por sorprendente que pueda parecer no se trata de un gazapo, pues sin necesidad de entrar en más detalles, esa consideración aparece en dos ocasiones, una en la cabecera y otra en el cuerpo de la entrevista que la periodista Ima Sanchís, hizo a la psicóloga Paz Torrabadella. (La Contra. La Vanguardía, jueves 10 de marzo de 2011), con ocasión de la publicación de su libro Estupidez emocional. Editorial Vía libro. Barcelona: 2011.
Sabido es que las excusas son esos razonamientos con los que uno intenta justificar y en ocasiones protegerse de algunos comportamientos como inclinaciones reprobables, fallos o errores. A juzgar por lo que leo en el libro de esta psicóloga, lo que no se conoce tan bien es que la generalización suele enmarañar el problema que se pretende despejar, y que como en otros asuntos también en éste conviene dejar al margen la ideología así como conocer los aspectos fundamentales de la naturaleza del sujeto humano. Tampoco es aconsejable pasar por alto que muchas personas no se quejan en vano; que existen verdades sin cuento como la prevaricación y el latrocinio, las masacres en los países árabes, el abuso de niños por gentes de la iglesia, y que un atentado terrorista deja paso a un tsunami, etc, etc., aspectos que sin duda Paz Torrabadella conoce, pero que en un asunto como el que trata no conviene obviar, y así es también respecto a las distintas varas de medir a la hora de calibrar los daños.
Quizá la explicación a algunas de las ideas que recoge este libro haya que buscarlas en el pensamiento del que parece ser uno de los maestros de la autora, Albert Ellis, fundador, junto con Aaron Beck, de la psicología cognitivo conductual, y creador él mismo de una de las terapias que se ofertan en el mercado de la salud mental y del llamado desarrollo personal, la Terapia Racional Emotivoconductual (TREC). Podría ser así porque contra el «debería haber hecho esto o aquello, y como no lo hice me excuso», todo indica que entiende que lo racional y positivo sería decir «acepto que no lo hice, pero aun tengo tiempo de hacerlo, y debo pensar que en realidad no lo necesito para estar contento y satisfecho». Se trata de un programa que tiene su fundamento teórico en uno de los conceptos mayores de la psicoterapia de ese clínico estadounidense, la «terribilitis», esto es, la creencia de que los padecimientos de una persona, desde la ansiedad hasta la depresión pasando por las obsesiones, la inseguridad y la insatisfacción, obedecen a que esa persona «terrabiliza». Según Albert Ellis, enfermamos, sufrimos o nos comportamos estúpidamente por la tendencia a valorar las cosas que nos suceden como terribles, así como porque no conocemos su verdadero alcance y, sobre todo, porque no aceptamos nuestros errores y gastamos toda nuestra energía en excusarnos. El tratamiento, en buena lógica con esas conjeturas, consiste en persuadir al paciente mediante razonamientos que lo mejor que puede hacer para resolver sus inquietudes o las conductas estúpidas es no ponerse nervioso, tener calma, mantener la tranquilidad frente a toda adversidad, entender, en suma, que nada es demasiado terrible, y, por supuesto, que lejos de negar las debilidades debe aceptarlas, pues en la aceptación está la clave de la resolución de los problemas. Esta idea central del tratamiento racional emotivo conductual no deja de ser lógica, pero también antigua y como se habrá advertido muy elemental; y, en realidad, no estaría mal si pudiera resolver algo más que lo que el sentido común o la persuasión resuelven, que como se conoce es muy poco. Resumiendo, no negar lo que nos sucede, conocerlo racionalmente y aceptarlo, aunque puede ser un buen comienzo, no es suficiente; y el camino, a diferencia de lo que propone Paz Torrabadella, no es acoger las cosas con humor, el autocontrol emotivo-racional y menos aun esperar de los otros una intuición clarificadora.
La época y la cultura, así como la idiosincrasia de las personas tienen un papel relevante a la hora de calificar de estúpido a algo o a alguien. Se trata de un capítulo básico y esencial cuyo desarrollo se echa en falta en este libro, lo que impide que el lector reconozca la luz que aporta al estudio de la estupidez, las excusas y la felicidad los estudios históricos y transculturales. Una nota tanto sólo sobre la estupidez según las épocas, así como indicar que existen excusas de muy distintas clases, y, en fin, que esa palabra recoge acepciones que hablan del comportamiento humano no sólo en diferentes momentos de la historia sino también en distintos momentos de la vida de una persona, hubiese dado un tono de realidad a este trabajo. Y no menos meritorio habría sido indicar que no es habitual provocarse los síntomas de una enfermedad, lo que se conoce como Síndrome de Munchausen, y que las personas no suelen ir simulando dolencias para obtener algún beneficio como evitar un trabajo o conseguir una compensación económica; tanto más porque en los tiempos actuales, aunque quizá no menos que en otros, las desgracias y los padecimientos aparecen sin necesidad de que uno se los provoque.
Como dice Paz Torrabadella la vida tiene una dosis de sufrimiento. Lo que elude es que en eso repite a Freud; y no está acertada cuando afirma que el sufrimiento se encuentra en la enfermedad y en la muerte. Como antes fue la psicopatología, ahora es la clínica diferencial la que enseña, cierto es que de la mano de Freud, que no todo en el síntoma neurótico es sufrimiento. El síntoma neurótico es bifásico, ya que la cara consciente, que corresponde al sufrimiento, no es sin cara la inconsciente, que corresponde a lo que llamamos goce porque remite al perdido en la infancia y reencontrado en el retorno de lo reprimido que es el síntoma. En cuanto a la muerte, baste indicar aquí que para muchos constituye una liberación del sufrimiento; y que se la puede buscar, todavía hoy, por aquello que promete la religión del Libro: el goce absoluto y eterno.
El lector de este libro sin duda hubiera agradecido otro de los factores que habría arrojado luz a las cuestiones que plantea, como es que ante la insatisfacción que caracteriza al deseo y otros avatares de la naturaleza humana, lo que desde hace muchos siglos y aun milenios hacen las personas es procurarse algún lenitivo, esto es, un objeto-excusa-justificación para soportar la vida, como se dice, y hoy más que nunca para suturar la herida narcisista que muchos tuvimos la suerte de sufrir en la más tierna infancia. La expresión «Si Dios no existiera habría que crearlo» denuncia la precariedad, también emocional, del hombre, así como lo que tenemos en común con nuestros congéneres. Trátase de una falta estructural que se manifiesta en la salud tanto como en la enfermedad, pues es la causa de la insatisfacción que caracteriza al deseo, el gran y auténtico motor de cuanto existe. La falta por la que vive el deseo explica la necesidad de lenitivos, los cuales constituyen tentativas imaginarias, como acabo de indicar, para suturar la herida narcisista que supuso la separación del alienante abrazo materno y la pérdida de la primera experiencia de satisfacción. Entonces, la fórmula «Coleccionamos excusas para sentirnos infelices», podría ser transformada en «Coleccionamos excusas para sentirnos felices», puesto que todos buscamos excusas, esto es, paliativos y apoyaturas para poder vivir la vida que nos ha tocado en suerte. Eso es lo único que a los humanos nos está permitido encontrar; aunque hay excusas y excusas hay, como dice el poeta y quien no lo es tanto. En otros términos, lo que coleccionamos son excusas, sí, pero en el sentido de que en la realidad no existe otra cosa, ya que está conformada por objetos imaginarios. Mientras que sólo el amor-pasión nos hace creer que algo de la realidad es lo Real del goce perdido. Es al lugar de la falta, al lugar vacante del que perdimos en el tiempo lógico del complejo de Edipo, conocido desde Lacan como objeto a, el objeto perdido para siempre y que por esa razón se constituye en causa del deseo, que vienen las excusas de todo tipo y los objetos imaginarios, o sea, las satisfacciones sustitutivas de lo perdido. He aquí, en la realidad, bien plantadas las aficiones, el arte, el amor por esto o aquello, las gratificantes relaciones sociales, el ansia de tener más dinero, o ser mejor en esto y aquello, la religión, una ideología política, etc, etc., objetos, discursos y personas que nos reconfortan de la insatisfacción del deseo y de la herida narcisista. En fin, son estos y otros objetos los que nos hacen creer que estamos más plenos, con ellos nos imaginamos más satisfechos y más realizados, más felices, nos sentimos mejor, como habitualmente se dice. Sin embargo, algunas personas sufren sin saber que sufren la verdad. Son aquellos que no quieren más excusas, que aborrecen los objetos imaginarios. Es como si supieran que los objetos de la realidad son sustitutos del perdido para siempre; y al no aceptar el trueque se desvinculan de la realidad, pues para ellos esos objetos han perdido el brillo que habitualmente sugestiona, podríamos decir que engaña o engatusa al sujeto supuesto normal. Es, pues, en estos casos cuando la pretendida excusa «todo es una mierda» se revela con toda su rotunda verdad estructural. En este punto tal vez habría que indicar que el psicoanálisis no es una terapia revolucionaria sino una cura subversiva, tan subversiva como lo es el sujeto humano respecto al medio sujeto de la psicología cognitivo conductual por agotarlo en el yo consciente; y que tampoco es un tratamiento de la adaptación a la realidad o de la sublimación, pues el psicoanálisis renuncia a ese engaño al entender que la única y auténtica vía de liberación emocional es revelar de qué se queja en verdad la persona que nos pide ayuda para su malestar. Por consiguiente, la estupidez emocional no es la causa del sufrimiento, como pretende esta psicóloga, sino un efecto más de la conformación de la subjetividad en la historia familiar.
En la línea de los libros de autoayuda, el que hoy sucintamente comento promete presentarnos lo que necesitamos para protegernos de la estupidez y superarla. Sin embargo, si algo queda claro en ese trabajo es la fe de la autora en esa mitad del sujeto humano que, como acabo de apuntar, es el yo consciente, así como en la persuasión racional como procedimiento terapéutico. Obviar las causas inconscientes de los problemas de las personas a las que se pretende ayudar, la formación de los síntomas y su función, es, desde el punto de vista del psicoanálisis, una manera como otra cualquiera de condenar a esas personas a las ataduras que les impiden progresar. Nada puede la racionalización de un problema psíquico contra su razón etiológica, y, por supuesto, menos aún ser consciente de cómo me siento para controlar el problema, como se nos dice siguiendo en esta ocasión una idea del creador de la terapia bioenergética y seguidor de Wilhelm Reich, Alexander Lowen, ya que entendía que la felicidad era la conciencia de la propia mejora. De cualquier forma, compartir, poner en común temas personales con otros, puede estar bien y es lo que de ordinario ocurre alrededor de una mesa, pero lejos de ser una gran herramienta terapéutica, como nos dice esta psicóloga, lo que suele producir es una identificación al ideal del otro, al ideal del semejante, o nada, y sobre todo nada que tenga que ver con la verdad como causa de lo que uno es y de la razón por la que sufre. Contra la imbecilidad, la tontería y los problemas psíquicos, nada puede la intuición y la buena fe de los consejos; y es la clínica la que advierte que con esas herramientas lo desaparecido retorna habitualmente con otra forma y en cualquier momento.
Así suele ocurrir cuando se omite que algunas personas han dicho cosas no triviales sobre el sufrimiento, la felicidad y la estupidez. En realidad, hubiese bastado con leer las tres primeras páginas de El malestar en la cultura, 1929 [1930], de Freud, para advertir que muchas de las creaciones del hombre tienen por objeto hacerle soportable los achaques de la edad, la enfermedad y la insatisfacción estructural; y tampoco hubiese estado de más recordar en este asunto el Por qué la guerra, la respuesta del primer psicoanalista a esa pregunta que el año 1932 le planteaba Albert Einstein. Estoy convencido que un paso más en esa dirección hubiera permitido comprender las razones de los límites de la persuasión cognitivo conductual contra esa pasión del yo que en ocasiones es la estupidez; comprender su función, pues como construcción sintomática a la medida del goce, una persona puede encontrar en ella un resguardo contra lo siniestro, no por ello menos familiar. Y comprender también que si la estupidez es una excusa lo es entre otras razones porque excusa de toda responsabilidad, función que imprime un carácter diabólico a la repetición. Freud decía que no había nada más caro que la enfermedad y la estupidez. Así es, entre otras cosas, porque la estupidez introduce la ideología en el tratamiento, factor que no sólo obstaculiza la curación de una determinada persona al alejarla de su verdad, ya que paralelamente suele producir daños en ocasiones irreparables a la inteligencia.
Girona – Madrid, marzo 2011
25, marzo, 2012 at 11:20 pm
que porqueria esta mierda no sale nada sobre en que consiste la estupidez estupida informacion no valeis nada
10, septiembre, 2014 at 11:40 pm
I don’t write a lot of responses, but I looked at some of the responses on Sobre la estupidez y los estúpidos | Blog de aplicaciones.
I do have a couple of questions for you if it’s allright.
Could it be just me or do some of the comments appear like they
are left by brain dead folks? :-P And, if you are writing on additional online social sites,
I would like to keep up with you. Would you make a list of all of
your social sites like your Facebook page, twitter feed,
or linkedin profile?