La reflexión teológica sobre la sexualidad humana se inserta en los tres momentos esenciales que marcan el ritmo del designio de la Providencia de Dios sobre el mundo creado, a saber: la Creación, la Redención y la Glorificación final (1) Conviene advertir que el discurso bíblico sobre la sexualidad humana se inicia con la narración de la creación misma del hombre. Éste sale de las manos creadoras de Dios como varón y mujer y esta marcado desde el principio por la diferenciación sexual. Es importante constatar este hecho para comprender la verdad de la sexualidad humana. El pasaje bíblico, en efecto, revela su sentido fundamental: de una parte, no dejar al ser humano y, de otra, constituido en sujeto de una bendición especial, la de la La Escritura descubre la primera y permanente verdad sobre la sexualidad humana: en la relación interpersonal entre el hombre y la mujer, la sexualidad (la diferenciación sexual) constituye un hecho de capital importancia. Además de ser cauce de mutua complementariedad y comunión entre el varón y la mujer, es el espacio – como se ha dicho – para la bendición de la fecundidad; es, por tanto, el lugar en el cual y desde el cual surgirán las otras personas humanas. Esta inherencia de la fecundidad en las entrañas de la donación interpersonal entre el varón y la mujer constituye uno de los puntos centrales del pensamiento cristiano sobre la sexualidad humana.
Por otro lado, la Sagrada Escritura se refiere al matrimonio como a una estructura estable y permanente, querida por Dios en los orígenes para ser cauce de la unión entre el hombre y la mujer a la que está ordenada la diferenciación sexual en que fueron creados (2)
Por sabia disposición del Creador (3) el matrimonio está ordenado al bien personal de los esposos y de la misma humanidad (4) Así pues, en el origen del matrimonio y del amor humano está Dios-Creador, que ha creado al hombre a su imagen y semejanza. Como Dios es Amor (5) la vocación al amor forma parte del dinamismo interior del ser humano. «El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano.
Esta vocación se realiza tanto en la virginidad o celibato apostólico por el Reino de los Cielos como en el matrimonio ya que ambos son «modos específicos de realizar íntegramente la vocación de la persona al amor» (7)
Se entiende por ello, que el matrimonio sea una concretización de la verdad más profunda del hombre, de su ser imagen de Dios.
En el orden de la Redención, la corporeidad y la sexualidad humana se inscriben en el proyecto de Dios de la divinización del hombre en Cristo. El varón y la mujer, justificados por la presencia del Espíritu Santo, están en grado de reintegrar en su originaria verdad el significado de su corporeidad y de su sexualidad, puesto que han sido capacitados para hacer de sí mismos, en el amor, un don total. A través de este don total adquieren la santificación de su cuerpo y de su sexualidad (8).
Finalmente, la Redención de Cristo ha revelado al varón y a la mujer otro modo de vivir la sexualidad humana y les ha dado la posibilidad de realizado: la virginidad. La razón de que el hombre, varón o mujer, pueda renunciar al matrimonio y, en consecuencia, a un legítimo ejercicio de su propia sexualidad, reside en la relación que el mismo Cristo establece entre esta decisión, el «Reino de los cielos» que predica y la resurrección final de la carne. Por ello, también el tema de la virginidad es una cuestión central en el discurso cristiano sobre la sexualidad humana (9).
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(1). Cfr. CAFFARRA, Sexualidad a la luz de la antropología y de la Biblia, Rialp, Madrid 1991, pp. 27 ss.
(2). Cfr. Gen 2, 18-24. ARANDA, G., «Corporalidad y sexualidad en los relatos de la creación», en CASCIARO, J.M.ª (dir.), Masculinidad y feminidad en el mundo de la Biblia, EUNSA, Pamplona 1989, p. 21-42.
(3) Cfr. Enc. Humanae virtae, n. 8
(4). Sobre el matrimonio y el amor conyugal como respuesta de los esposos al designio de amor de Dios para la humanidad, cfr. SARMIENTO, A., El matrimonio cristiano, EUNSA, Pamplona 1997, pp. 59 ss.
(5).Cfr. 1 Jn 4,8.
(6). JUAN PABLO 11, Enc. Familiaris consortio, n. 11. «Dios, al traer a la existencia a los seres humanos, realiza un acto de amor, del que es destinatario quien recibe la vida; pero, dado que para la donación de esa vida ha querido contar con la colaboración de otras criaturas, éstas son también objeto y destinatarios de su amor; además el modo elegido por Dios para esa colaboración es todo él, en sí mismo, un acto de amor. Él, en efecto, ha dispuesto que únicamente a través de una donación total y recíproca, capaz de crear una unión íntima e irrevocable entre el hombre y la mujer, éstos sean llamados a cooperar con Él en la donación de la vida humana a otras criaturas»: ClCCONE, L., Humanae vitae¿. Analisi e commento, Roma 1989, p. 68
(7). JUAN PABLO Il, Enc. Familiaris consortio, n. 11 (cito por SARMIENTO, A., El matrimonio cristiano, o.c., p. 60).
(8).Cfr. CAFFARRA, c., Sexualidad a la luz … , o.c., pp. 50·51.
(9).Cfr. Ibíd., p. 51. Cfr el n.º 7 de este capítulo: El celibato. Del Libro: Medicina pastoral. Miguel Ángel Monge. EUNSA. Pamplona, 2002, pp. 235 ss.
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