
La exposición de motivos que justifica a la LOGSE, dedica sus primeros párrafos a los principios que tienen que ver con la educación en valores. “El objetivo primero y fundamental de la educación, dice, es el de proporcionar a los niños y las niñas, a los jóvenes de uno y otro sexo, una formación plena que les permita conformar su propia y esencial identidad, así como construir una concepción de la realidad que integre a la vez el conocimiento y la valoración ética y moral de la misma…… para ejercer, de manera crítica y en una sociedad axiológicamente plural, la libertad, la tolerancia y la solidaridad. En la educación se transmiten y ejercitan los valores que hacen posible la vida en sociedad…… La educación permite, en fin, avanzar en la lucha contra la discriminación y la desigualdad, sean éstas por razón de nacimiento, raza, sexo, religión u opinión, tengan un origen familiar o social, se arrastren tradicionalmente o aparezcan frecuentemente con la dinámica de la sociedad”.
El Título Preliminar de la Ley destaca entre los fines de la misma: “La formación en el respeto a los derechos y libertades fundamentales y en el ejercicio de la tolerancia y de la libertad dentro de los principios democráticos de la convivencia. La formación en la igualdad entre los sexos y en el rechazo a todo tipo de discriminación”.
En el desarrollo y aplicación de la LOGSE cabe destacar la normativa dedicada a la educación en valores, como principio rector del sistema educativo. Pide a la escuela que no se limite a transmitir conocimientos, sino a formar personas capaces de vivir y convivir en sociedad. Las áreas transversales impregnan todo el sistema educativo y todas ellas son, a su vez, contenidos básicos de la educación en valores. La educación moral y cívica se sitúa en la dimensión transversal de todas las áreas curriculares.
La educación en valores es expresión de la inquietud del sistema educativo, valores con los que nos identificamos individual y colectivamente, como individuos y como sociedad. Estamos hablando con normalidad de los valores, como si éstos fueran algo objetivo, tangible, cuando, más bien, aparecen ante nosotros como algo difuso, etéreo, contradictorio.
Pero, ¿qué son realmente los valores?. ¿Cómo se aprenden?. ¿Cómo se enseñan?. ¿Quién los transmite?. ¿Cuáles son los valores deseables en nuestra sociedad y en nuestro tiempo?
A éstos y a otros interrogantes intentaré contestar, aunque soy consciente de que no es tarea fácil en el corto espacio de un artículo. Según Guy Rocher, en su Introducción a la Sociología General, valor es una manera de ser o de obrar que una persona o una colectividad juzgan ideales y que se hacen deseables o estimables a los seres o a las conductas a los que se atribuye dicho valor. El valor es por lo tanto un ideal, es una cualidad que se expresa a través de una conducta de alguien, que, de manera concreta, se adhiere a él. Se considera excelente la conducta de una persona, que se comporta de una manera determinada, que es deseable para la mayoría, que se aproxima al tipo humano ideal. Los valores son los que inspiran los juicios y las conductas de las personas, transmitidos de manera dinámica a través de los modelos. Hay que decir, sin embargo, que la relación entre los modelos y los valores no es mecánica, es muy compleja, porque unos y otros son relativos. Los valores son cambiantes, pertenecen a una sociedad concreta y a un tiempo concreto y en un proceso de evolución y transformación continuas. Los valores no nacen de forma espontánea ni como consecuencia de la lógica o del pensamiento racional exclusivamente, tienen una carga afectiva considerable y, por lo tanto, subjetiva, que los hace motor de las conductas humanas y les da una gran resistencia al cambio en cualquier sociedad. Los valores son máso menos estables, en función de que estén más o menos arraigados en una sociedad, de que sean más o menos predominantes, creándose una jerarquía que llamamos escala de valores.
¿Se aprenden los valores?. Es evidente que no se nace con ellos puestos; los valores no son hereditarios, son el producto de las relaciones humanas; es decir, los valores se aprenden. Pero el aprendizaje de los valores no es el fruto de un proceso didáctico, como la versificación, la lista de los ríos, los números fraccionarios o unos problemas de física. Se van asumiendo de manera imperceptible, con la formación y el desarrollo de la personalidad a través del proceso de socialización, hasta llegar a formar parte de nosotros mismos, como motores de nuestras actividades y nuestras conductas. Los valores, sin embargo, son contradictorios, cambiantes, ambiguos, inestables, dinámicos y, por lo tanto, también se pueden aprender. Es evidente que los nuevos valores que vamos aprendiendo, modifican sólo ligeramente los que ya tenemos asumidos, como substrato de nuestra personalidad, de nuestro carácter, de nuestra manera de ser y de actuar. Incluso, lo más probable, L 5 es que el nuevo valor no elimine a otro, sino que simplemente le haga cambiar de puesto en la escala de valores. El valor aprendido frente al asumido desde el nacimiento, como elemento imprescindible para formar parte de una colectividad, es consecuencia de un proceso de razonamiento o de una adhesión afectiva más o menos consciente; pero, en todo caso, es un nuevo marco de referencia, por convencimiento de que nos va a servir para integrarnos mejor en un grupo social, porque es más ideal o porque es más conveniente. Los valores se pueden enseñar. Las estrategias para la enseñanza de los valores está en el proceso de socialización.
Cada generación debe enseñar a la generación siguiente y ésta aprender las normas de conducta de la sociedad en la que va a vivir. Por el proceso de socialización, dice Piaget, son incorporadas, interiorizadas y asimiladas por la Psique del individuo las normas sociales, hasta convertirlas en parte integrante de la misma. Los roles o papeles sociales, que el ser recién nacido empieza a percibir en sus padres son el primer instrumento en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Empieza a desarrollar sus propios papeles a imagen y semejanza del padre, de la madre o de los hermanos y hermanas con los que se identifica más y recibe a cambio signos evidentes de aceptación y valoración, que le dan seguridad.
Los valores, en este proceso de aprendizaje cumplen unas funciones sociales, que según Rocher, son de tres tipos. Por una parte, dan coherencia a los modelos y a las reglas de comportamiento de una sociedad por los vínculos que establecen entre sus miembros. Por otra parte, ayudan a crear la unidad psíquica y psicosocial de las personas, consiguiendo un nivel adecuado de equilibrio y madurez personales. Finalmente, los valores son un instrumento fundamental para conseguir la integración social, el “consenso social”, como lo llamó Comte o el principio de “solidaridad social”, como lo denominó Durkheim y los estilos de vida de un colectivo. Visto así, aparece una perspectiva mecanicista, predestinatoria, que no se corresponde con la realidad, porque los valores no son uniformes en todos los miembros de un colectivo, porque no todos los miembros comparten los mismos valores ni con la misma intensidad; incluso, grupos de la misma colectividad asumen valores opuestos. El asumir los mismos valores crea un vínculo de solidaridad y de unidad social; al mismo tiempo genera el conflicto social con aquellos otros grupos de la misma colectividad que han optado por una ordenación diferente en su escala de valores, como señala Rocher. Esta situación de conflicto social crea la diversidad social y la necesidad de la tolerancia y la aceptación del otro para asegurar la convivencia.
¿Quién transmite los valores?
De lo que llevamos dicho se deduce que hay unos modelos y unos mecanismos de transmisión de los valores. A los primeros los llamamos agentes de socialización y la aprobación o rechazo de acciones, roles y conductas, dentro del proceso de estructuración y desarrollo de la personalidad y la adquisición de la cultura, son los mecanismos para la transmisión de los valores. Entre los agentes de socialización aparecen siempre dos de forma preferencial, sea cual sea la división o el criterio que se utilice para ello.
La familia y la escuela son los dos agentes por antonomasia. El aparecer juntos, no quiere decir, sin embargo, que tengan el mismo peso específico ni la misma responsabilidad en el proceso de socialización. La familia es la que marca de manera casi definitiva e indeleble el proceso de socialización, a través del cual transmiten los valores preponderantes, dominantes y trascendentes. La familia estructurada y estable, sea cual sea la forma legal o social en que esté constituí
Durante la vida, transmitirá sus hábitos, sus actitudes ante la vida, ante la naturaleza, ante los principios éticos y morales, sus conocimientos, sus símbolos sus maneras de sentir, de pensar y de actuar. Con ello conformarán una personalidad equilibrada y estable, mejor preparada para afrontar, asumir y respetar los valores diferentes, contrarios, e incluso, contradictorios, que se encontrarán en otros grupos de la misma colectividad.
En el seno de la familia se inicia la construcción de la Identidad Personal y el establecimiento de los vínculos más trascendentes, pasando a formar parte integrante, como miembro participante interno de su grupo étnico, cultural, religioso, ideológico, político, clase social, etc. Los vínculos que le unen a cada uno de esos grupos crea en el individuo seguridad, autonomía y especialmente el sentimiento de pertenencia, como valor básico dentro del proceso de socialización. Con esta afirmación no quiero decir que el fenómeno sea positivo o negativo; digo, que es lo que es. Para cada persona, el aceptar lo que ya es así y no puede dejar de ser lo que es, supone la aceptación de su propia realidad, paso imprescindible para iniciar la modificación de alguno de esos aspectos que no le gustan y desea cambiarlos, mejorarlos o eliminarlos.
El proceso más intenso de socialización se da en la infancia, la niñez y la adolescencia, etapas de mayor y más profunda y continuada relación con los miembros de la familia. Prevalece la relación afectiva y de interdependencia psicosocial, tanto en la relación parental, como en la fraternal y otros niveles de parentesco. Las familias desestructuradas, poco cohesionadas o con profundos enfrentamientos en su seno, pueden transmitir conductas no deseables y principios y valores contradictorios. El conflicto se traslada, en este caso, a la personalidad del propio sujeto socializado, que percibe los mismos hechos, las mismas conductas, como valores y como contra-valores. Es frecuente, en los adultos, la repetición de roles asumidos de manera traumática durante la infancia en el seno de la familia, como la xenofobia, la intolerancia o la violencia doméstica. El proceso de socialización y, como consecuencia la adhesión a los valores, se inicia y se desarrolla de forma significativa y trascendente en la familia, ya que en los primeros años de la vida se estructura la personalidad del sujeto, se forma el carácter y se asumen los símbolos y los principios éticos y morales más trascendentes.
La escuela es el segundo agente de socialización, cumpliendo el papel subsidiario que le da la sociedad y para cuyo fin fue creada. Para la mayor parte de los sujetos, la escuela tiene solamente un papel complementario, cuando ha funcionado adecuadamente la familia. En los casos en los que la familia no existe, no ha funcionado o lo ha hecho de manera inadecuada, la escuela tiene que asumir, a nivel subsidiario, muchos de los roles familiares, especialmente aquellos que tienen que ver con la afectividad.
En todo caso, conviene dejar claro, cuando se habla de educación en valores, que no es una función exclusiva de la escuela, más bien al contrario, la escuela tiene la función prioritaria de la educación, que la justifica. Por otra parte, la educación es por sí misma socialización, entra de manera importante en el proceso de socialización en determinadas etapas de la vida; sin la educación, el sujeto no termina de situarse adecuadamente en el grupo o en la sociedad a la que pertenece.
La escuela tiene como instrumentos de socialización los conocimientos académicos, las relaciones de convivencia con los iguales y las relaciones especiales con los adultos, profesores, que difieren sustancialmente de la que han tenido y siguen teniendo con los adultos de la familia. Los profesores tienen diversas vías de relación y de influencia sobre el alumnado, por lo que hacen y por cómo lo hacen; es decir, por la relación educativa que se establece entre alumno y profesor, cuando enseña contenidos académicos, proceso de enseñanza aprendizaje y cuando trata u omite las circunstancias del aprendizaje o los valores inherentes a los sujetos educandos.
Las conductas, las acciones y las omisiones de los profesores, pueden ser igualmente trascendentes en la educación en valores. En este sentido es digno de tenerse en cuenta el Currículo oculto, que juntamente con los temas transversales, forman el auténtico Currículo Escolar de la Educación en Valores.
Hay otros agentes de socialización que completan el proceso; coadyuvan, como modelos, en la concreción de algún valor o en la asunción de algún valor nuevo. Nos referimos a los grupos de edad, los amigos, en primer lugar, los grupos étnicos o culturales, la clase social, los medios de comunicación social.
La influencia de estos agentes de socialización, como modelos de acciones y conductas, es inversamente proporcional a la familia y la escuela.
Cuando la familia y la escuela han conseguido afianzar escalas de valores congruentes y relativamente estables, cualquier intento de modificación por parte de los demás agentes, tendrá que pasar previamente por el crisol de los valores familiares y escolares.
¿Cuáles son los valores en la sociedad de nuestro tiempo? ¿A qué valores nos estamos refiriendo?
Hemos dicho anteriormente que los valores son inestables y cambiantes, a veces, incluso, contradictorios. Lo que sí parece claro es que los valores son los mismos a través del espacio y del tiempo; lo que cambia es el orden con que aparecen en la escala de valores. En las distintas sociedades o en distintos momentos de una sociedad aparecen los mismos valores pero en distinta posición. Los más generalizados, se llaman dominantes y el resto complementarios.
Nos podemos atrever a asegurar, sin riesgo a equivocarnos en exceso, que los valores giran y han girado siempre alrededor de los problemas de la existencia humana; la relación entre las personas, es decir, la convivencia; la relación del ser humano con la naturaleza; la relación del ser humano con el tiempo.
Los valores dominantes de nuestra sociedad son muchos en el deseo teórico de la mayoría, pero son pocos, en la práctica real, en las conductas de muchos. La libertad, la paz, la solidaridad, la convivencia, la tolerancia, el respeto a las personas, el respeto a las cosas, el respeto a la naturaleza, el desarrollo y aplicación de energías alternativas, el derecho a la igualdad de todos los seres humanos, respetando el derecho a la diferencia, son ideales deseables ahora y siempre.
Son muchos los contra-valores que se dan permanentemente a nuestro alrededor sin que hagamos nada por corregirlos. La responsabilidad mayor es de la familia, pero la escuela no puede mirar hacia otro lado, porque las omisiones no son neutras, también generan respuestas en el alumnado. La xenofobia y la discriminación de las personas por razón de nacimiento, por discrepancia en las opiniones, por religión, por raza, por grupos de edad o por sexo, son problemas graves, en relación con los valores, que nuestra sociedad tiene por resolver. No hay que olvidar, en este sentido, que el instrumento subsidiario que tiene la sociedad para resolver los problemas educativos, es exactamente la escuela.
Habiendo llegado a este punto, no parece necesario tener que justificar que es deseable que las cosas sean como las hemos expuesto. No obstante, me parece oportuno referirme a una anécdota, que no es mía, pero me gustaría que fuera. Una estudiante universitaria le preguntó a su profesor de Sociología:
– Profesor, ¿quién es más inteligente, el hombre o la mujer?.
El profesor, mirándola fijamente le preguntó, a su vez,
– ¿Qué hombre, qué mujer?.
La pregunta y la respuesta se podrían repetir hasta la saciedad en cualquier otra situación de discriminación; ¿Qué negro, qué blanco? ¿Qué chino, qué español? ¿Qué budista, qué católico?.
Algunos hemos apostado seriamente por un Plan Permanente de Educación en Valores, que ponemos a disposición de la familia y de la escuela, con la esperanza de que estos principios enraícen profundamente en nuestra adolescencia y nuestra juventud transformándose en valores predominantes. Para ello es necesario saber que la Educación en valores, no es privativa de nadie, es una tarea de todos.
Los valores están en la mente y en el corazón,
en la manera de pensar, de sentir y de actuar. No se desarrollan más en la persona lista, inteligente o poderosa. Sí los posee y los transmite la persona que se acepta a sí misma y, como consecuencia, acepta a los demás, con sus diferencias, sus discrepancias, con respeto y con el afecto, que, como personas, les corresponde por derecho.
Noé de la Cruz Moreno. http://www.valoresuniversales.es
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