Familia

   Cuándo nuestros hijos llegan a la edad de 4 o 5 años y no tienen ningún hermano, es posible que nos pidan un hermanito, pero cuando lo tienen… ¡comienza la guerra entre ambos! Ante las habituales peleas entre hermanos, una actuación adecuada por nuestra parte facilitará y mejorará la relación entre ellos.

   «Son las 8 de la tarde. Ha terminado una dura jornada de trabajo para nosotros y una dura jornada de estudio y actividades extraescolares para nuestros hijos (Alicia, de 10 años y Roberto, de 7). Éste es el único momento del día en que ellos pueden jugar con sus cosas y pasárselo bien juntos. Mientras, nosotros, empezamos a preparar la cena. Pero ¡esto es imposible! La paz sólo dura 5 minutos. Oímos los gritos procedentes del salón y, al instante, Roberto entra en la cocina llorando y diciéndonos: «¡Alicia no me deja jugar con su consola! ¡Y, además, me ha pegado!». Alicia, desde el salón: «¡Es mentira! ¡Yo no le he pegado!» Y nosotros, que pensamos: ¿Ahora qué hacemos? ¿Debemos defender a Roberto, puesto que es el más pequeño? ¿A Alicia, que estaba tranquilamente jugando hasta que ha llegado su hermano? ¿Deberíamos averiguar cómo ha empezado la discusión? ¿Los reñimos a los dos? ¿Tiramos la consola a la basura…?»

   En las relaciones entre hermanos se producen un cúmulo de sentimientos que van del amor al odio y que se manifiestan con abrazos, mordiscos, besos, empujones, caricias o insultos.

   Las discusiones son naturales y frecuentes en las relaciones entre hermanos pero, cuando tienen lugar, a los padres suelen alterarnos sobremanera. Nosotros desearíamos que nuestros hijos fueran siempre amables entre ellos. Pero debemos aceptar que la hostilidad es algo normal en su interacción, si no, recordemos cómo nos llevábamos con nuestros hermanos cuando éramos pequeños o cómo se llevaba ese amigo que teníamos con los suyos.

   Ser hijo único significa poseer toda la atención de los padres. Pero, ¿qué pasa cuando uno deja de serlo y llega el hermanito? Es muy probable que aparezcan los celos, debido a la nueva situación: la atención y el afecto de sus papás no irán dirigidos exclusivamente hacia el hijo único, sino que deberán ser compartidos con su hermano.

   Independientemente de la circunstancia que motive la discusión entre nuestros hijos, es imprescindible que nosotros, los padres, nos mantengamos al margen, es decir, que no nos pongamos de parte de uno o del otro (da igual quién consideremos que es el responsable). Evitemos comentarios del tipo: «¿Quién ha empezado a discutir?» o «Deja de molestar a tu hermano». Debemos animarles a que resuelvan ellos solos sus desavenencias.

   Para comprender mejor la naturaleza de las peleas entre hermanos, recomiendo la lectura del capítulo «Niños contra niños» de la obra de Nancy Samalin, Los conflictos cotidianos con los niños.

   ¿A qué pueden ser debidos estos conflictos?
· Llamar la atención: las peleas entre nuestros hijos suelen estar motivadas por el deseo que poseen de ser los más queridos y los mejor atendidos por nosotros, y de recibir un trato especial. En definitiva, la causa última es llamar nuestra atención; ¿cuántas veces no ha venido tu hijo hacia ti sollozando y diciendo «¡Mami, Javier me ha insultado!»?

   Si nuestros hijos son pequeños (menores de 5 años aproximadamente), adoptemos una expresión de enfado y podemos decirles algo como: «No me gusta que discutáis. Si jugáis sin pelear, os ganaréis un paquete de cromos». Después les dejamos y seguimos con nuestra tarea. Si al cabo de diez minutos aproximadamente no han discutido, con cara sonriente, les damos los cromos y los felicitamos. También podemos premiarles con dejarles jugar con nosotros en nuestra cama, con prestarles algo que habitualmente no está a su alcance, etc.
   
Cuando nuestros hijos son mayores, ignoraremos todas las peleas que no supongan un peligro físico y les prestaremos atención cuando jueguen juntos tranquilamente. Podemos advertirles de antemano diciéndoles: «Vuestras discusiones son problema vuestro. Cuando os peleéis, os dejaré solos y me iré de donde estéis». En el momento en que comiencen a discutir, nos iremos a otra habitación. Sin que nos vean, iremos vigilando que no se hagan daño.

   Cuando haya agresividad física, los separaremos y, sin hablar ni discutir con ellos, los mandaremos a dos habitaciones diferentes para que se calmen y reflexionen. Solamente les diremos: «Cuando os hayáis tranquilizado y tengáis la solución, volvéis a hablar y resolvéis el problema por vuestra cuenta».
· No querer compartir sus juguetes, ropa, etc.: es importante que enseñemos a nuestros hijos estrategias para que aprendan a compartir. Una manera podría ser dedicar media hora al día a prestarse los juguetes mútuamente y a jugar, cada uno, con los juguetes del otro.
· El deseo de competir: «Yo saco mejores notas que tú», «Yo corro más rápido», y un largo etcétera. Como en todos los casos, no debemos intervenir en la riña.

   Como prevención, es importante que no utilicemos «etiquetas» como «Juan es el mandón y Elisa la despistada», y que tampoco los comparemos: «Jordi estudia menos horas que tú y saca mejores notas». Debemos aceptar e inculcarles que cada uno tiene sus características positivas y sus facetas a mejorar, y así evitaremos los sentimientos de inferioridad y superioridad.

   También es aconsejable que les propongamos juegos no competitivos, como tocar instrumentos musicales, representar una obra de teatro, etc.
· El trato «injusto»: los niños suelen quejarse de recibir, por parte de sus padres, un trato injusto en relación a sus hermanos: «¿Por qué yo tengo que estar estudiando si Alberto está jugando? ¡Esto no es justo!». A menudo acaban discutiendo por este tema.

   Es importante que valoremos y premiemos el esfuerzo más que la actividad llevada a cabo, para que aprendan que, debido a las diferencias de edades, lo que requiere un pequeño esfuerzo para el mayor, para el menor cuesta mucho más.

   Por otra parte, debemos concretar las responsabilidades de cada uno de nuestros hijos, teniendo en cuenta su edad, e intentando evitar que el mayor cargue con las del pequeño.

   Recomiendo la lectura del capítulo «Discusiones entre hermanos» del libro El padre competente de la A a la Z, de Daren Renshaw Joslin.
   Las peleas entre hermanos son muy frecuentes y normales durante la infancia y la adolescencia. Además, estas discusiones continuadas no impiden que sean grandes amigos cuando sean mayores. No obstante, los padres podemos colaborar (con paciencia y constancia) para que estas pequeñas guerras disminuyan y en casa se cree un ambiente más agradable y cordial.

   Lídia Ametller Martínez.Licenciada en Psicología

   Con la autorización de: www.solohijos.com
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