“Si la diferencia entre creyentes y no creyentes estriba, como yo pienso, en la distinción entre el hombre racional y el hombre de fe, para el cual la razón se subordina a la fe, como ha sido recientemente afirmado con la autoridad de la encíclica “Fides et ratio” por el Papa Juan Pablo II, el no creyente debe dar al creyente el buen ejemplo de utilizar exclusivamente argumentos racionales. Dejemos los anatemas a los que se creen inspirados por Dios”-afirmaba el filósofo y jurista italiano Norberto Bobbio en un artículo publicado.    En mi opinión, esa distinción señalada por Bobbio es falsa, porque el hombre de fe es también un hombre de razón, la cual subordina efectivamente a aquélla, en cuanto acepta la revelación de Dios y sus enseñanzas, sin que le sea posible rechazarlas o apartarse de ellas, si verdaderamente es sincero con su profesión de las verdades religiosas. En cuanto al hombre racional y no creyente – en Dios se entiende – su razón, ¿es totalmente libre y acaso no se subordina a ninguna clase de fe o de ideología humana, al formular sus argumentos racionales? Vamos a comprobarlo. 

   Si como dice Josef Pieper la fe es: “creer algo a alguien”, nadie en esta vida puede vivir sin creer en algo y en alguien. El no creyente tiene necesariamente que creer en alguien, una persona, y en algo, lo que afirma esa persona, o el conjunto de sus afirmaciones que pueden formar una ideología o una filosofía o en lo que dicen o afirman varias personas. El hombre que no cree en nada ni en nadie, aun apartándose del mundo, va camino de la autodestrucción o del suicidio preguntándose continuamente ¿para qué vivo?, sin llegar a respuesta alguna. Luego los que vivimos, trabajamos y luchamos para sobrevivir dignamente, todos nuestros pensamientos, y argumentos racionales tanto de los creyentes como de los no creyentes, están subordinados a alguien y a algo, y cuando no lo reconocemos así, nos engañamos a nosotros mismos o tratamos de engañar a los demás. 

   La diferencia entonces consiste en elegir la subordinación intelectual que naturalmente exige nuestra naturaleza racional, aportando algo personal que nuestra mentalidad exclusiva y única nos sugiere. Es decir, en el creyente esa subordinación se concreta en la fe en Jesucristo-Dios hecho hombre, en su vida y en sus enseñanzas como punto de partida necesario y en el no creyente, se determina en la fe en una sola persona o se diversifica en varias que participan de unos principios semejantes, y del mismo modo se parte de esa subordinación para desarrollar su modo de pensar alejado de cualquier confesión religiosa en este caso. Hablar de los anatemas es quedarse en unas formulaciones antiguas que, aun siendo apoyo de verdades religiosas perennes, han dejado de tener vigencia como reforzamiento expresivo de esas verdades.

   Pienso que la diferencia fundamental entre el creyente y el no creyente está en que –descartada la hipocresía y partiendo de la completa sinceridad de ambas actitudes- las obras de aquél inspiradas por su voluntad recta, procuran ser siempre respetuosas con la verdad, el bien, la justicia y las demás virtudes humanas, mientras que las de éste suelen tener su origen en el egoísmo, la sensualidad, o el afán de riquezas y de poder. En definitiva, se confirma la teoría que San Agustín de Hipona describe en su libro: “La ciudad de Dios”, cuando habla de la existencia en la tierra de dos ciudades: “la ciudad de Dios”, caracterizada por los hombres que buscan el amor a Dios y a los semejantes, a todos, y “la ciudad del hombre”, caracterizada por los que se aman sólo o principalmente a sí mismos. No obstante, puede haber casos excepcionales que no coincidan o incluso se opongan a este esquema, los cuales a pesar de ello, o en virtud de su propia excepción, lo confirman. Quizás Norberto Bobbio fue uno de ellos.

Roberto Grao Gracia

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